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viernes, 5 de febrero de 2016

La VERDAD de las canciones infantiles 1.1

Después de desentrañar los mensaje ocultos de tres canciones infantiles, aquí volvemos con el látigo del descubrimiento. ¿Qué descubrimiento? El que tengo aquí por dentro.

Y dale Perico al torno. Ahora le llega el turno a Don José y su amabilidad flandersiana.

Eran dos tipos requetefinos
Eran dos tipos medios chiflaos
Eran dos tipos casi divinos
Eran dos tipos desvarataos

Vamos, que eran dos tipos con dinerete en el bolsillo, pero era heredado, porque los dos estaban un poco p'allá.

Si se encontraban en un en una esquina
O se encontraban en el café
Siempre se oía con voz muy fina
El saludito de Don José

No se gustaban mucho, de hecho siempre se encontraban, no quedaban. Y Don José saludaba con una voz muy fina, vamos, que tampoco lo hacía con mucho amor ni cariño. Don José y Don Pepito... ahí había algo del pasado que no se ha contado.

- Hola Don Pepito
- Hola Don José
- Pasó usted ya por casa
- Por su casa yo pasé
- Vió usted a mi abuela
- A su abuela yo a vi
- Adiós Don Pepito
- Adiós Don José

Y llega lo bueno, la pulpa del pérsimon, la conversación entre Don Pepito y Don José. Pepito es Pepe, y Pepe es lo mismo que José. Pepito y José son... LA MISMA PERSONA. José, el tipo original, sufre de bipolaridad, y sabe que Pepito es malo, porque cuando hace acto de presencia es porque algo no va bien, y por eso pregunta si pasó por su casa y vió a su abuela, tiene miedo de que a su pobre yaya le haya pasado algo. Don José está pidiendo ayuda médica. Hay que dársela.

Y después de hablar de enfermedades psiquiátricas, pasamos a un problema de tráfico. Hablemos de La Gallina Turuleca.

Yo conozco a una vecina,
que ha comprado una gallina,
que parece una sardina enlatada.
Tiene las patas de alambre,
porque pasa mucha hambre,
y la pobre esta todita desplumada.
Pone huevos en la sala
y también en la cocina,
pero nunca los pone en el corral.
La gallina turuleca es un caso singular,
La gallina turuleca esta loca de verdad.

Esto es, claramente, una metáfora. La vecina puede llegar a ser su vecina, pero, aunque no hable de a qué se dedica, la vecina es claramente una madame, y la gallinita no es un animal, sino un prostituta a la que no alimentan bien, y por eso está muy delgada, por lo que al ponerle vestidos ajustados parece una sardina enlatada. Atiende siempre fuera a los clientes, dónde haga falta, pero nunca en casa de su madame, en su corral. Es la única que hace eso, por lo que es un caso singular que le hace parecer loca de verdad.

La gallina turuleca ha puesto un huevo,
ha puesto dos, ha puesto tres
La gallina turuleca ha puesto cuatro,
ha puesto cinco, ha puesto seis
La gallina turuleca ha puesto siete,
ha puesto ocho, ha puesto nueve.
¿Dónde esta esa gallinita?
déjala pobrecita, déjala que ponga 10

La gallinita es una prostituta muy reclamada, y puede dar bastantes servicios al cabo del día, nunca suficiente para su madame, pues siempre la está llamando para más. Una historia muy triste, de prostitución y esclavitud sexual. ¡Que alguien ayude a la pobre gallinita!

Y seguimos con otro "animal" de alta alcurnia, el señor Don Gato, que, como dice el título, estar estaba... pero ¿qué estaba?

Estaba el Señor Don Gato
sentadito en su tejado,
marramiau, miau, miau,
sentadito en su tejado.


Hasta aquí todo bien, un gato sentado en un tejado haciendo sus movidas, echándose un cigarrito y esas cosas. Ese marramiau...

Ha recibido una carta
por si quiere ser casado,
marramiau, miau, miau, miau,
por si quiere ser casado.

Con una gatita blanca
sobrina de un gato pardo,
marramiau, miau, miau, miau,
sobrina de un gato pardo.

Empiezo a creer que esto vuelve a ser una metáfora, y que este "señor Don Gato" no es tan gato como dice ser. ¿Le preguntan si se quiere casar con la sobrina de un "gato pardo"? Este gato pardo tiene pinta de ser un mafioso y que la carta sea más bien una amenaza... Veamos qué se traman los lindos gatitos.

El gato por ir a verla
se ha caído del tejado,
marramiau, miau, miau, miau,
se ha caído del tejado.

Se ha roto seis costillas
el espinazo y el rabo,
marramiau, miau, miau, miau,
el espinazo y el rabo.


Esto parece un caso digno de Richard Castle. Parece que el "señor Don Gato" ha recibido una buena paliza del "gato pardo" o de sus "gatoespaldas". Muy bien no debe de haber quedado, no.

Ya lo llevan a enterrar
por la calle del pescado,
marramiau, miau, miau, miau,
por la calle del pescado.

Al olor de las sardinas
el gato ha resucitado,
marramiau, miau, miau, miau,
el gato ha resucitado.

Por eso dice la gente
siete vidas tiene un gato,
marramiau, miau, miau, miau,
siete vidas tiene un gato.

El "señor Don Gato" tiene pinta de ser un infiltrado de la policía, y que se hizo el muerto para conseguir salir y echar abajo los negocios turbios del "gato pardo". Se dió cuenta de que lo habían descubierto cuando le dijeron que si quería demostrarles su compromiso debía de casarse casarse con la sobrina del "gato pardo", la tal "gatita blanca", que la llamaban blanca porque aún era pura, porque no había animal en la Tierra que se atreviera a asomarse por esas partes que sirven para dar placer, descendencia y enfermedades de transmisión sexual. Así que el "señor Don Gato" usó la contraseña secreta para que sus compañeros lo sacaran con vida: Marramia, miau, miau, miau.

Los payasos de la tele consumían seguro, pero jamás tanto como Melendi.




martes, 2 de febrero de 2016

Fernando El Alopécico

Esta es la historia de Fernando El Alopécico.

Fernando El Alopécico, un día, se dio cuenta de que su padre era calvo, su abuelo era calvo, su bisabuelo era calvo... y se propuso que no le pasara eso a él.
Ahorró y ahorró, y cuando la genética hizo mella en él, con apenas 19 años, decidió que era el momento de hacerse un injerto de pelo en su despoblada cabeza. Fernando El Alopécico parecía una Nancy, se notaban los injertos desde el pueblo de al lado de Alpedrete de la Sierra, dónde él nació, se crió y se dejo injertar por Manolo Manostijeras, el único peluquero de toda la comarca, con una cabeza blanca, despoblada y brillante como una peladilla. Manolo Manostijeras no era ningún hacha injertando pelos en cabezas ajenas, no como lo bien que se le daba injertar en el club de la carretera de Madrid, dónde era conocido por sus pedidos multitudinarios e interespeciados.
Fernando El Alopécico tuvo que quitarse esos injertos como quién se quitan los pelos de una verruga vistosa, con las pinzas de su hermana, Amadora La Succionadora, apodo que necesitamos omitir por cuestiones legales.
Nuestro Fernando El Alopécico continuó ahorrando, él no quería pasar más frío en las escasas ideas que tenía, y decidió hacer un pedido desde el locutorio de Alpedrete de la Sierra, negocio tapadera de Jacinto Bocachancla, quién no podía abrir la boca sin que subiera el pan que tanto se esforzaba por amasar Pancracio El Aterrizajes, el panadero del lugar. Adiós cortinillas S.L. fue la empresa elegida, y un dron de Amazon se lo llevó hasta su casa. Con alegría y entusiasmo, la caja Fernando El Alopécico abrió, y el peluquín en su sesera colocó.
Fernando El Alopécico busco a todos sus amigos y familiares, y su nuevo aspecto les mostró. El único gato de Alpedrete de la Sierra no pudo evitar seguir sin control a Fernando El Alopécico, pues hacia años que no veía algo tan parecido a él como lo que Fernando El Alopécico en la cabeza portaba. Eso no era un peluquín, eso parecía más un gato pardo con ganas de atacar, como si la cabeza de Fernando El Alopécico quisiera pelearse con todos y cada uno de los habitantes de Alpedrete de la Sierra.
Fernando El Alopécico a lo alto de una montaña decidió marcharse, para olvidar lo que la genética se había encabezonado en darle para hacerle sufrir.
Mucho tiempo pasó. La montaña se aburrió de aguantar los sollozos de Fernando El Alopécico, hasta que este decidió comprarse una pulidora, que usó para darle brillo a esa cabeza despoblada que la genética le empotró. Decidió bajar al pueblo y buscarse un trabajo, y nada mejor encontró que servir de espejo para los clientes de Manolo Manostijeras, para lo que éste le pagaba con cerezas y coñac.

Cuenta la leyenda de Alpedrete de la Sierra, que aún en estos días, cuando el Sol brilla con rabia, una luz se ve brillar desde lo alto de la montaña. Se dice que es Fernando El Alopécico y su cabeza sin igual, pero nadie se ha atrevido nunca a subir a comprobar, pues la leyenda finaliza que en ese mitológico lugar, Fernando El Alopécico se encarga de cuidar de Alpedrete de la Sierra, y de que cada uno de sus habitantes hagan quebrar a cada peluquería o barbería que se abriera en el lugar, pues Fernando El Alopécico no dencansará hasta que todos sus paisanos no se tengan que peinar.

Pensarás que esto es mentira, la razón no te voy a quitar, pero mañana cuando te levantes, los pelos de tu almohada contarás. Si uno es la cantidad, no te deberás de preocupar. Pero si más de dos tuvieras, Fernando El Alopécico desde el espejo sonreirá.

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